miércoles, 19 de mayo de 2010

HISTORIA Y NO CUENTOS

Honores al deshonor, Parte 1

Víctor Manuel Ramos

El primer recuerdo inolvidable de Oswaldo López Arellano se ubica el 3 de octubre de 1963, en La Esperanza, Intibucá. Eran las seis de la mañana cuando escuchamos, en mi casa, ráfagas de ametralladora y de fusilería. Impulsados por la curiosidad salimos, mi hermano y yo, a la calle para saber que ocurría y la primera imagen que tuve fue la de mi compañero de colegio, Percy Ramírez, quien, inocente de lo que pasaba, salió de su casa para ir a los baños públicos. Al acceder a la calle que da al cuartel, desde el torreón Suroeste, un soldado le disparó, hiriéndolo en los pies. Lo vimos correr para refugiarse en su casa y nosotros entramos de nuevo en nuestra casa. Mamá informó que se trataba de un golpe de Estado, porque había encendido la radio y escuchado la proclama de los militares. Por la tarde, cuando la tensión había bajado, varios muchachos fuimos a la sede de la Guardia Civil, ubicada frente a la Plaza de Armas, a ver los cadáveres de los guardias asesinados cobardemente por los militares, pues unos días antes, el presidente Ramón Villeda Morales -conocedor y cómplice del golpe de Estado, en venganza en contra de Modesto Rodas Alvarado, quien era el virtual ganador en las elecciones que se realizarían días después-, los había desarmado. En el edificio de la Gobernación, a donde también acudimos llevados por la curiosidad juvenil, encontramos destrozos en todas sus oficinas y todos los papeles de los archivos estaban tirados en el piso. Luego mamá se alarmó porque tuvimos la noticia de que mi tío Camilo Rivera Girón, quien fungía como Gobernador Político de Cortés, había sido puesto prisionero. Esta escena trágica se repitió en todo el país y fueron varias centenas de hombre humildes, que servían a la patria como guardias civiles, los que cayeron asesinados cobardemente por las botas militares.

Oswaldo López Arellano (OLA) se apoderaba de la conducción del país. El Presidente había sido enviado al exilio a Costa Rica y, en todo el territorio nacional, se instauraba un régimen de persecución contra todo aquel que mostrara alguna señal de oposición. En aquella oportunidad, OLA se proponía salvarnos del comunismo, pero nos trajo, a cambio, un régimen de terror, odio y muerte. Se había revivido la tiranía cariísta, pues el militar se hizo apoyar por las huestes retrógradas del partido nacional que lideraba el fatídico Ricardo Zúniga Agustinus.

Los días que vinieron en La Esperanza fueron de gran tensión. Un oscuro militar de apellido Martínez, de negros sentimientos, se instaló como Jefe de la guarnición militar e instaló un régimen de persecución con orejas que se instalaron, hasta en el Instituto Departamental de Occidente, en donde cursaba mis estudios secundarios. Allí, con la complicidad del Director D. Marco A. Martínez, se nos hostigó a los estudiantes que no comulgábamos con el golpe de Estado y con las fechorías que los militares cometían, casi a diario, en la ciudad. Se nos acusó de comunistas, a pesar de que no teníamos ni remota idea de la existencia de Marx ni de Lenin, y a mí casi se me impide graduarme de Maestro.

Una vez graduado tuve que emigrar a La Lima, en donde me instalé como maestro en la Escuela Esteban Guardiola, del sistema escolar de la United Fruit Co. El sistema educativo de la compañía era un oasis de dignidad que dirigía mi querido maestro D. Ibrahim Gamero Idiáquez.

Luego vinieron las elecciones espurias (1965), que con justa razón fueron calificadas como elecciones estilo Honduras. El Partido Nacional, a pesar de no contar con el respaldo del pueblo, ganó en las urnas. El Congreso, dominado por los cachurecos, elevó a OLA al solio de Presidente Constitucional. Fue igualmente un período de prepotencia militar y de politiquería espuria, esta última, bajo la conducción de Ricardo Zúniga Agustinus.

El régimen autoritario y represivo de López Arellano impedía el arranque económico del país, y los jóvenes empresarios de la Costa Norte, de San Pedro Sula, principalmente, encabezados por Jaime Rosenthal Oliva, Edmond L.Bográn y Camilo Rivera Girón, se organizaron para hacer oposición al régimen en la búsqueda de un gobierno que permitiera mayor libertad empresarial y mayores posibilidades de desarrollo para la empresa de aquella ciudad. La respuesta fue el acoso y la represión, que se agudizó cuando el usurpador del poder decreta el impuesto sobre ventas. Los empresarios y los obreros de la Costa Norte se declaran en huelga (1968) y el gobierno los reprime inmisericordemente, obligándolos, en la cárcel, a rendirse y a aceptar las condiciones impuestas. Joaquín Portillo, otros compañeros obreros y yo imprimimos pronunciamientos, en contra del régimen militar y en apoyo de la huelga, en el miemógrafo del Instituto Patria, justo antes de que las hordas militares tomaran por asalto la institución, a la que consideraban un nido de comunistas.

En esos días conocí a Rigoberto Padilla Rush, a Dionisio Ramos Bejarano y a Mario Sosa Navarro. El primer encuentro pactado con Mario fue un fracaso porque la policía rodeó la casa y Mario tuvo que saltar la tapia y yo y quienes me acompañaban nos vimos obligados a escaparnos por la puerta trasera.

El enfrentamiento más fuerte, durante ese período, ocurre con los maestros que se han organizado para enfrentar la politiquería y el maltrato a que son sometidos por parte del gobierno. Los maestros declaran una huelga y el país entra en crisis. Situación similar ocurría en El Salvador. Esta circunstancia es aprovechada por los militares salvadoreños quienes deciden invadir a Honduras con el objeto de desvairá la atención de sus problemas internos. Los militares hondureños, carcomidos por la corrupción que encabeza el mismo OLA, se muestran incapaces de defender el territorio nacional y gran parte de los territorios de la frontera Sur son tomados por la soldadesca guanaca, sin oposición por parte de nuestras incapaces Fuerzas Armadas. Tenían, en los cuarteles inscritos un buen número de soldados, pero en el cuartel solo había unos cuantos. El resto eran nombres inventados y los salarios correspondientes iban a parar a las bolsas del comandante. Los sufrimientos que tuvieron que soportar los habitantes de los territorios invadidos fueron atroces: violaciones, saqueos, asesinatos, hasta las campanas de las iglesias y los mismos santos formaron parte del botín de los invasores. Fue necesaria la intervención de los civiles y de las OEA para detener la invasión y para expulsar a los salvadoreños de nuestro territorio. Esa es otra de las hojas negras en la carrera militar de OLA.

Al aproximarse el cumplimiento del período por el cual había sido electo, OLA inicia un proceso de intrigas para orillar a los partidos Liberal y Nacional a un pacto. La idea de OLA era arrinconar a los políticos liberales de tal suerte que se negaran a cualquier negociación de tal suerte que justificaran un nuevo zarpazo a la Constitución que le permitiera perpetuarse en el poder, en contra del deseo de las mayorías. Sus planes nos se concretaron, pero del pacto nació un gobierno presidido por los nacionalistas, que no contaban con la mayoría de la voluntad del pueblo, pues se realizaron unas nuevas elecciones estilo Honduras. De esas elecciones surgió un gobierno débil, encabezado por el anciano Ramón Ernesto Cruz, quien carecía del coraje para gobernar y cuyas funciones ejecutivas las había asumido su esposa Luz María Sequeira.

El pastel estaba servido y OLA no lo pensó dos veces para engullirlo y se alzó nuevamente con el poder, tras un nuevo golpe de Estado, enviando al Presidente Cruz a su casa. A todo esto, OLA era ya dueňo de una inexplicable fortuna.

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